Por José Gerardo Valencia (Tomado de Enredijo).
La muerte de Pablo José Vargas Muñoz, el pasado 14 de diciembre, dejó a Pitalito sin uno de los más destacados ceramistas del país, pero su obra será un legado que permanecerá por siempre en el imaginario cultural de los laboyanos.
Don Pablo Vargas Muñoz heredó de su madre, doña Aura, la pasión por las figuras de barro que desde muy niño modeló con sus propias manos para decorar los pesebres en su natal Garzón, sin saber que se convertiría en uno de los más destacados maestros del arte popular colombiano gracias a su talento y sensibilidad artística.
Luego de haberse formado como ceramista en la Escuela Superior de Artes y Oficios de El Carmen de Viboral, Antioquia, llega con su familia a Pitalito en la década de los sesenta, continua su carrera como maestro de cerámica en la Escuela Normal Superior y posteriormente la Escuela de Artes Lorenzo Cuellar, donde da inicio a lo que sería su pasión, el diseño y modelado de figuras en arcilla que le daría renombre y reconocimiento nacional.

La nobleza y plasticidad de la arcilla laboyana permitió que con su ingenio y su talento innato lograra crear figuras con tal pulcritud y delicadeza que fácilmente se confunden con la fina porcelana.
Como el resto de sus hermanos se consideraba muy laboyano a pesar de no haber nacido en esta tierra, pero la acogida del Pitalito de los años 60, la frescura de su clima, el azul de sus montañas y la fresca brisa del Macizo Colombiano lo enamoraron, como lo enamoró Nohora Triana, quien fue su esposa y compañera por el resto de sus días.
Escenas cotidianas fruto de su agudo sentido de la observación, aves endémicas colombianas, figuras precolombinas y ecuestres forman parte de su obra de barro irrigada por todo el mundo con su sello personal de calidad y estética que con sus manos le imprimió a cada una de sus piezas.

Muchas veces condecorado y reconocido por su trabajo artístico, poco le gustaba mencionar sus premios y medallas, más bien prefería hablar de la belleza del Valle de Laboyos, de la calidad de la arcilla que usaba para sus obras, del cómo llegó a plasmar el brío y la nobleza del caballo en una escultura y de por qué la artesanía no debe ser hecha en serie para que sea una verdadera obra de arte.
Por eso, cuando en 2011 le dijeron que se postulara para la medalla a la “maestría Artesanal Tradicional” que otorga anualmente el Gobierno Colombiano a través de Artesanías de Colombia, fue renuente a hacerlo, por lo que debieron ser su esposa y su hija quienes hicieran todo el trámite que le permitió que le fuera entregada el importante galardón.
Para don Pablo la cerámica fue su vida entera, desde los siete años cuando se aventuró de la mano de doña Aurita a modelar con sus propias manos las figuras para el pesebre, supo que ese mundo fascinante de la cerámica sería su oficio permanente, su forma de vida y su mayor pasión.

Su obra como su nombre será perenne como los grandes del arte. «Un brillante, único y excepcional espíritu creador,…poseedor de magia y luz en sus manos», como lo describió para Enredijo.com doña Nohora Triana, su esposa.
